Aún siendo delgadísima, la retina está hecha de capas. La primera capa está formada por los fotorreceptores, las células sensibles a la luz, que convierten los estímulos luminosos en señales eléctricas. La capa siguiente está formada por células bipolares, que recogen las señales procedentes de los fotorreceptores y las transmiten a la capa mas externa, compuesta por las células ganglionares, cuyas "colas" constituyen las fibras del nervio óptico. Después hay varios tipos de células desconexión que unen horizontalmente entre ellas áreas incluso distantes de la retina.
La primera vez que se examina atentamente una ilustración de la retina, como la de la ilustración de aquí al lado, se cree que hay un error. Si los receptores están orientados de esa manera ¿como es posible que la luz proceda del lado opuesto?. Sin embargo, no hay ninguna equivocación: en el ojo de los vertebrados los receptores están colocados en el fondo de la retina, y para llegar a ellos, la luz debe antes atravesar todas las demás capas. Gran parte de la luz llega de todos modos a su destino, pues la retina es extremadamente delgada y las células que la componen, prácticamente transparentes; por otro lado. esta retina invertida es un claro ejemplo de error de planteamiento. El error no era tal en el proyecto originario: el primer ojo era un grupo de células sensibles a la luz, colocado bajo la piel de un minúsculo y transparente antepasado nuestro. Vasos sanguíneos y fibras nerviosas llegaban del exterior, una solución tan buena como otra, para una criatura transparente. La evolución se ha edificado sobre estas bases, y centenares de millones de años no han podido hacer nada para eliminar el defecto de partida.
Una consecuencia de esta curiosa arquitectura es que las fibras nerviosas se juntan en un haz, el nervio óptico, que para poder salir del ojo debe atravesar, y en consecuencia agujerear, el tapiz de los fotorreceptores. Esta zona se denomina mancha ciega: dada la ausencia de receptores, la luz que choca con ella no se percibe en absoluto. Desde el momento en que nosotros no nos damos cuenta de la existencia de un área vacía en nuestro campo visual, debe de haber mecanismos que de alguna manera la "llenan". Si estos procesos para completar no existieran, habría un agujero en todo lo que vemos, y no sería tan pequeño.
También tenemos que contar con otros agujeros, largos, delgados y ramificados, ya que los vasos sanguíneos, al encontrarse en el trayecto de la luz, arrojan sobre la retina sus sombras. La solución adoptada por nuestro ojo es la de moverse constante e involuntariamente, de manera que la imagen proyectada por el mundo sobre la retina está en perenne cambio. Todo lo que permanece inmóvil en la retina, se decolora y desaparece en el transcurso de unos pocos segundos. Los vasos sanguíneos se mueven al mismo tiempo que el ojo, dado que se encuentran en su interior: en consecuencia, sus sombras caen siempre sobre los mismos puntos de la retina, y se vuelven invisibles pocos instantes después de que hayamos abierto los ojos, por la mañana.
Antes de concluir, debemos advertir que, mientras que nosotros nos encontramos con un modelo de ojo defectuoso, el calamar está equipado con la visión correcta, y en él, los vasos sanguíneos y las fibras nerviosas proceden de detrás de la retina en lugar de hacerlo por delante. En este modelo, la retina está anclada en el fondo del ojo mediante las fibras nerviosas. En nuestro caso, en cambio, el tapiz de los fotorreceptores se puede separar con cierta facilidad del fondo del ojo, dando lugar a una condición bastante seria conocida como desprendimiento de retina; enfermedad a la que el calamar es ciertamente inmune.
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